martes, 27 de octubre de 2020

“Las artesanías de San Carlos”





Viviana Hormazábal González

Créditos fotografías: Patricio Contreras Parra

 

Una de las características de la provincia de Ñuble es la gran diversidad de artesanías que son producidas en las diferentes comunas que la componen. De cordillera a Costa encontramos múltiples ejemplos, como los tejidos de Minas del Prado y San Fabián de Alico, la cestería de Coihueco y Liucura, las chupallas de paja y arpilleras de Ninhue y las piezas cerámicas de Quinchamalí, La Florida y Cobquecura.

 San Carlos, cuna de Violeta Parra, jamás se destacó por su patrimonio material ya que este se encontraba en total desconocimiento. Sin embargo esta comuna obedece al mismo principio provincial, pues aquí se elabora artesanía muy tradicional y de gran calidad, como el tejido a telar, talabartería, cestería y mueblería en fibras vegetales y cerámica.[2] 

            El tejido a telar es la artesanía más difundida en la comuna. Dentro del territorio son dos los tipos de telares más utilizados, el telar parao o vertical, donde se elaboran mantas, ponchos corraleros, frazadas y fajas; y el telar botao u horizontal, para tejer exclusivamente frazadas y charlones.

La tradición del telar parao se remonta siglos atrás y tiene su origen en la cultura mapuche. Se llega a esta conclusión ya que las artesanas locales utilizan la misma técnica de tejido, poseen conocimientos acerca del teñido natural (como la utilización del “robo”) y además mantienen algunos nombres de las partes que componen el telar, como quilva, tonón y ñireo. Sin embargo, las artesanas de la comuna conservaron el tipo de tejido más básico, el liso o llano y el palitos trocados (peinecillo), no manejan la técnica de urdido y tejido para desplegar la iconografía característica de los textiles mapuches.

La particularidad de las artesanas locales está en el urdido. Lo más común es utilizar un ovillo, pero aquí se trabaja con dos ovillos a la vez. Desconocemos si existen artesanas en otras zonas que lo hagan de manera similar, en caso contrario, estaríamos ante una técnica de urdido local.

            Las artesanas realizan cada uno de los pasos para obtener un textil. Primero deben esquilar, lavar y secar la lana, luego viene el escarmenado y la preparación de esta en cadejos o evanas para hilarla. Con el huso la artesana convierte la lana en un fino hilo, luego viene el torcido, donde se tuercen dos hebras para formar el hilo con el que se tejerá. Los siguientes pasos son aspar el hilo, lavarlo nuevamente, dejarlo secar y ovillarlo. Finalmente está listo para urdir en el telar y tejer.

El sello de los textiles locales está en la fineza del tejido y los colores utilizados. Las tejenderas de la zona son eximias hilanderas, con mucha experticia logran que la lana se transforme en un hilo muy delgado y en consecuencia, la pieza resulta muy liviana. No es muy común el teñido de las fibras, las artesanas trabajan los colores naturales de la lana de oveja en sus distintos matices: blanco, gris, café y negro, para hacer sus mantas o ponchos corraleros.

El tejido de ponchos corraleros en específico, está plenamente ligado al mundo huaso. Lo mismo ocurre con los talabarteros, quienes se ocupan de la fabricación de riendas y monturas para el caballo. En la ciudad también existe la marroquinería, o la elaboración de artículos en cuero como cinturones, billeteras y porta cortaplumas.

            Mediante la curtiembre se consigue transformar la piel del animal en cuero, la materia prima del talabartero y marroquinero. Este proceso ya se está obviando y los artesanos prefieren comprar el cuero ya preparado, pues se necesita de mucho espacio y condiciones sanitarias óptimas.

En la Cárcel de San Carlos se encuentra el taller de talabartería más grande de la ciudad, allí alrededor de 25 artesanos trabajan para curtir cuero y elaborar riendas de todo tipo y con diferentes trenzados. En la comuna, los artesanos de la cárcel y el marroquinero son los únicos que aún utilizan la costura en tiento, cuando se cose con cuero de chivo curtido en lugar de hilo.

Otro tipo de artesanía registrada es la cestería en mimbre y pita. Con el mimbre los artesanos elaboran bellos canastos y cestos de todo tipo, utilizando las fibras casi en su estado natural, pues la varilla de mimbre solo se pela y se desmiembra en las 3 o 4 huiras con las que se tejerá. Además, también hacen sillas y sillones, los que llevan mimbre tejido en asientos y espaldares.

La artesanía en pita es relativamente nueva dentro del espectro artesanal de la ciudad, con esta fibra vegetal se elaboran objetos utilitarios y decorativos como cestos, paneras, palilleros, murales y chupallas y canastos en miniatura. Estas piezas se tejen con una técnica similar a la cestería de Hualqui.

La mueblería en fibras vegetales de batro y coligüe es muy común en la comuna. El batro es utilizado para “empajar” los asientos y espaldares de sillones, sillas y pisos. Y el coligüe se ocupa en el “enchapado” de muebles de todo tipo. Sin embargo esta artesanía corre el riesgo de desaparecer. Por un lado, la disminución de las ventas ha golpeado fuertemente la producción y por otro, la escasez de la materia prima, en el caso específico del batro, significa un grave problema.

La elaboración de cerámica era una práctica que se creía ya extinta, sin embargo aún se puede encontrar artesanas que trabajan en pequeña escala. Al igual que el telar, esta es otra tradición más heredada de la cultura mapuche, los indicios están en la técnica de modelado por ahuecamiento y enrollamiento anular que estos utilizaban y que se observa en las piezas históricas de la comuna.

La cerámica registrada es de carácter utilitario, las artesanas modelaban ollas, vasijas, jarras, cántaros, platos y pocillos. Esta se elaboraba en los sectores rurales y la forma de comercialización era por medio de la venta o el intercambio por cereales y legumbres. La demanda de esta artesanía era muy alta, como los costos de adquirir loza industrial eran elevados, los campesinos utilizaban la que sus vecinas o familiares modelaban.

Las piezas de antaño destacan por sus formas puras y tonalidades que remiten a la arcilla de la que fueron hechas y, a pesar del desgaste provocado por su vida útil, la calidad del trabajo de las loceras locales aún está manifiesto en ellas.

Un rasgo transversal a todas estas artesanías es la funcionalidad. Lana, cuero, fibras vegetales y arcilla son materias primas que se trabajan para elaborar objetos que serán de utilidad, que formarán parte de la cotidianeidad de los pobladores.

San Carlos es una comuna muy rica en cuanto a su cultura popular y tiene todas las cualidades para posicionarse como un nuevo centro artesanal dentro del territorio provincial. Además de las artesanías descritas, también hay cantoras y fiestas agrícolas y religiosas, prácticas culturales que están muy arraigadas en la comunidad y que hacen parte de la identidad local.



[1] Artículo basado en la investigación sobre la artesanía comunal para el proyecto Fondart Regional 2014 “Investigación, registro y puesta en valor de los artesanos de Toquihua y sus alrededores”.

[2] Hay además: forja de fierro, artesanía en madera, mueblería, tallado en madera y arpilleras.

Notas sobre la relación entre la obra visual de Violeta Parra y la tradición alfarera de Quinchamalí

 

Viviana Hormazábal González

En el presente artículo se llevará a cabo un ejercicio interpretativo de la obra visual de Violeta Parra. A modo de ejemplo, dos de sus obras serán comparadas con ceramios de Quinchamalí, para sostener que este imaginario visual sería un componente basal en la plástica de Parra.

La alfarería de Quinchamalí

La localidad de Quinchamalí se sitúa a unos 30 Km. al Suroeste de Chillán, en la Provincia de Ñuble. Su alfarería es uno de los productos artesanales chilenos más valorados en el país y el extranjero, siendo la coloración negra de estos ceramios su característica más distintiva. Las investigaciones realizadas en la primera mitad del siglo pasado señalan que los objetos allí elaborados en pleno siglo XIX eran de uso doméstico, cerámica utilitaria, loza grande o de línea abierta, según la nomenclatura de las artesanas[1] del lugar. Habría sido a inicios del siglo XX cuando la tendencia decorativista, ornamental, loza chica o de línea cerrada, comenzó a entrar y aparejarse a las piezas utilitarias, conformándose la tradición alfarera que conocemos hoy.

Se cree que el arribo del tren a Quinchamalí cerca de 1907 habría sido fundamental para el vuelco hacia lo ornamental, pues facilitó que las artesanas viajaran a Chillán para vender sus cerámicas en el Mercado. Y sería este contacto campo-ciudad el motor de cambio para esta artesanía. Las figuras decorativas más antiguas conocidas son la guitarrera y el chancho alcancía de tres y cuatro patas, que fueron registrados por primera vez a principios del siglo XX. Pronto las loceras comenzaron a modelar jinetes, vaquitas parías, burros, pavos, patos y gallinas.

 

Cruces entre Violeta Parra y las loceras de Quinchamalí

 

            Existe un tronco cultural común entre las loceras de Quinchamalí y Violeta Parra, ambas pertenecen a las tierras de Ñuble. Violeta nació en San Carlos en 1917[2], pero pasó su primera infancia y parte de su adolescencia en la ciudad de Chillán. En ese entonces, figuras como la guitarrera eran ya parte del espectro formal de las artesanas de Quinchamalí y eran vendidas en el Mercado de la misma ciudad. Por lo que Violeta tuvo su primer acercamiento a esta tradición en su fracción ornamental allí.

            Además hay datos que apuntan a un contacto humano directo. Práxedes Caro (1914-1994), una de las loceras más famosas de Quinchamalí, conoció a Violeta Parra cuando ambas participaron en las Ferias de Artes Plásticas del Parque Forestal en 1959 y 1960. Relata que “Cuando llegamos a Mapocho, al Forestal, ahí estaba la feria. A nosotros nos tocó, aquí estaba la Violeta Parra, aquí estaba Manzanito el de los mimbres y todos así.”[3]

Este contacto humano y tradición cultural común habrían marcado la obra de Violeta. Sus primeros trabajos plásticos fueron figuras en greda que exhibió y modeló in situ en la Primera Feria de Artes Plásticas en 1959. Violeta hacía ceramios de las mismas temáticas que abordó en sus versos y canciones, y posteriormente, en óleos y arpilleras. Modelaba “guagüitas por ponderación” (angelitos), “cuadros por padecimiento” y también cantoras. Y luego, en varios de sus tapices y cuadros representó piezas de greda quinchamalinas, como en las obras La cantante calva y Velorio del angelito.

 

“Cantaritos de Quinchamalí” en arpilleras y óleos

 

En la arpillera La cantante calva (fig. 1), de 1960, se observan dos personajes en el sector izquierdo cantando y tocando el arpa, mientras en la derecha se encuentra un tercer personaje junto a un perro. Tita, nieta de Violeta, describe la historia detrás de esta obra: “…la Viola estaba en cama bajo reposo para sanarse de la hepatitis, ocupando su tiempo en las arpilleras, cuando no se le ocurre nada mejor que le llevemos al perro para sujetarlo de pie y ella pudiera bordarlo. Nos costó un mundo mantener al perro en esa postura, pero así quedó perfectamente bordado en la arpillera La cantante calva.”[4]

Si bien esta arpillera no se ciñe a las reglas de la perspectiva euclidiana, se puede identificar un segundo plano donde se observa una serie de cántaros similares a las piezas quinchamalinas. Se reconocen de izquierda a derecha botellas-cántaro, una guitarrera y jarros zoomorfos (figs. 2, 3, 4 y 5).

Por otro lado, en el cuadro Velorio del angelito (fig. 6) de 1964, Violeta representa la tradición popular de considerar a los infantes fallecidos como angelitos, y velarlos vestidos con un alba blanca y alitas. Al centro, pero en segundo plano en el espacio pictórico, está el angelito. En el sector izquierdo está la cantora de platinados cabellos que asiste al velatorio. En el sector derecho hay cinco cerámicas cerámicas sobre un mueble, una de ellas es negra con esgrafiados blancos: el sello de la alfarería quinchamalina (figs. 4 y 5). Es probable que se trate de una guitarrera, figura de barro que espejea a la cantora “real” que tiene al frente.

Otras obras donde Violeta representa cerámicas quinchamalinas o hace referencia a este imaginario son Cristo de Quinchamalí (1959), Fiesta en casa de Violeta (1964), La muerte del angelito (s/d) y El pájaro y la grabadora (s/d).

 

La tradición alfarera quinchamalina en la obra visual de Violeta

 

Sin embargo, existe una relación más profunda y determinante entre la obra visual en general de Violeta Parra y las formas escultóricas quinchamalinas, que va más allá de bordar o pintar estas piezas.

Violeta posee un sello particular en la forma de construir sus personajes, lo que nos lleva a reconocer sus obras a primera vista. Esta estampa que distingue la obra visual de Parra podría deberse al tránsito de un lenguaje telúrico tridimensional a un espacio bidimensional, pues ella se inició en las artes visuales modelando cerámicas. Pero además, si observamos los distintos personajes que inundan sus arpilleras y óleos[5], podemos notar que estos nos remiten a las piezas de greda quinchamalinas. Es decir, al igual como sucede con su música y poética, donde investigó en terreno a cantores y cantoras para hacer de estos el componente basal de su creación musical; Violeta hace parte de su trabajo visual elementos que toma de tradiciones artesanales, como el bordado y la cerámica.

Violeta no sólo trabaja con estas piezas típicas introduciéndolas en sus óleos y arpilleras como objetos en la escena representada. Sino que además hay en sus obras una puesta en escena del lenguaje escultórico quinchamalino, el que es asimilado e integrado en la pintura y tapicería, específicamente en la construcción corporal de los personajes y expresiones faciales (figs. 7 y 8). La tradición alfarera quinchamalina se hace presente en la obra visual de Violeta, desde sus primeras pruebas en barro hasta sus bordados y pinturas. Trabaja sobre ése corpus de imágenes y las interpreta a su manera. Devora el lenguaje de las alfareras de Quinchamalí, lo digiere, procesa y trabaja con él con su gesto propio.

Los trabajos plásticos, poéticos y musicales de Violeta demuestran su capacidad de integrar y sintetizar tradiciones. Está constantemente volviendo a sus raíces y ejerciendo cambios e innovaciones sobre ésta, así nace su obra. Trabaja con la tradición de su pueblo y para su pueblo, creando obras que éstos puedan leer y con las que se puedan identificar.

 

Bibliografía:

FUNDACIÓN VIOLETA PARRA, Violeta Parra. Obra visual, Ocho Libros editores, Santiago, 2012.

HERNÁNDEZ, Baltazar, Las artes populares de Ñuble, Universidad de Chile, Chillán, 1970.

HORMAZÁBAL, Viviana, La tradición alfarera de Quinchamalí. Panorama actual de la cerámica negra en Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca”, En: Quinchamalí en el Imaginario Nacional, Museo de Arte Popular Americano Tomás Lago, Facultad de Artes, Universidad de Chile, 2013.

HORMAZÁBAL, Viviana, La obra visual de Violeta Parra. Un acercamiento a sus innovaciones conceptuales y visuales a través del análisis iconográfico de arpilleras y óleos, Tesis para optar al grado de Licenciada en Artes, Mención Teoría e Historia del Arte, Facultad de Artes, Universidad de Chile, Santiago, 2013.

LAGO, Tomás, Arte Popular chileno, Editorial Universitaria, Santiago, 1971.

LAGO, Tomás, Cerámica de Quinchamalí, Edición especial de Revista de Arte, nº 11-12, Universidad de Chile, Santiago, 1958.

MONTECINO, Sonia, Historias de vida de mujeres de Quinchamalí, Ediciones CEM, Santiago, 1985.

MONTECINO, Sonia, Quinchamalí: Reino de mujeres, Ediciones CEM, Santiago, 1986.

PARRA, Isabel, El Libro Mayor de Violeta Parra, Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2009.

PARRA, Ángel, Violeta se fue a los cielos, Catalonia, Santiago, 2006.

PARRA, Violeta, Décimas. Autobiografía en verso, Editorial Sudamericana, Santiago, 2006.

TAC, Quinchamalí, un pueblo donde la tierra habla, Impresión Arancibia hnos., Santiago, 1987.

TAC, Quinchamalí, cultura urdida entre gredas, arados y cerezos, LOM Ediciones, Santiago, 1994.

VALENZUELA, Bernardo, “La cerámica folklórica de Quinchamalí”, En: Archivos del Folklore Chileno, nº 8, Universidad de Chile, Santiago, 1957.



[1] Esta artesanía era de exclusividad femenina.

[2] Según la partida de nacimiento hallada en dicha ciudad. Sin embargo, Isabel Parra en El libro mayor de Violeta Parra (2009) sostiene que nació en San Fabián de Alico, en la precordillera, hacia el Este de San Carlos.

[3] TAC, Quinchamalí, cultura urdida entre gredas, arados y cerezos, LOM Ediciones, Santiago, 1994, p. 147.

[4] PARRA, Isabel, El Libro Mayor de Violeta Parra, Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2009, p. 115.

[5] La arpillera La cantante calva es un ejemplo claro de esto.

Ángeles de Ñuble


                                                                                                 Viviana Hormazábal González, 

Historiadora del Arte, Universidad de Chile

 

¿Que tienen estas tierras cruzadas por el río Ñuble que de este a oeste y norte a sur en sus distintos rincones se ha mecido la cuna de muchas de las personalidades más destacadas en el ámbito cultural de nuestro país? San Fabián de Alico, San Carlos, Chillán son localidades que resuenan una y otra vez cuando se cita nombres como Nicanor, Violeta y Eduardo Parra, Claudio Arrau, Volodia Teitelboim y Marta Brunet, entre otros, además de aquellos ligados a nuestra historia cívica y militar.  

A fines de los 60, mientras la Nueva Ola entraba en declive, Ñuble también se configuró como uno de los puntos de origen del renacimiento de la música romántica en Chile, con nombres como Los Galos, Capablanca (formado por el primer guitarrista de Los Galos), Los Cristales, Los Cangrejos (Crawfish)[1] y, quienes han sido considerados los mayores influentes y precursores de este movimiento, Los Ángeles Negros.

Rastreando los orígenes de Los Ángeles Negros en su natal San Carlos, encontramos dos líneas germen que llevan al encuentro a cinco jóvenes estudiantes de la Escuela Consolidada. Por un lado, tenemos a Sergio Rojas y Germaín de la Fuente, quienes se criaron en el mismo barrio y se conocían de niños. Siendo adolescentes formaron un dúo y solían presentarse en actos de la Escuela, donde, dependiendo de las efemérides a celebrar, interpretaban canciones españolas, tonadas o cuecas. Más tarde se les unió Carlos Guerra y formaron un trío melódico. Su repertorio lo componían boleros principalmente, interpretados con instrumentos acústicos. Sin embargo, la existencia de este trío fue muy fugaz.

Por otro lado, tenemos a Blue Arrow conformada por Federico Blaser en voz y guitarra, Mario Gutiérrez en guitarra, Christian Blaser en batería y Luis Alarcón en el bajo. El hecho que hizo converger a estos jóvenes músicos fue la salida de Luis Alarcón de la banda y, para reemplazarlo, deciden invitar a Sergio Rojas. Si bien Sergio era guitarrista asumió como bajista en la formación. Pasados unos meses de ensayo y ya habiendo ganado confianza entre sus compañeros y conociendo el estilo que estaban desarrollando, marcado por una música rock de carácter más melódico, Sergio decide proponer a Germaín como vocalista, considerando la versatilidad y capacidades vocales de este último. Luego de varios intentos fallidos, Germaín finalmente concurre a un ensayo del grupo quedando ambas partes conformes, continuando con la base rock e instrumentos eléctricos pero adaptando el cancionero al estilo bolerista de Germaín, quien además toma posición en el teclado. Nace así, a fines de 1967 en San Carlos, la formación original de quienes al poco tiempo comienzan a hacerse llamar Los Ángeles Negros.

En 1968 el pianista chillanejo y director del Sello Indis[2], Raúl Lara, organiza y auspicia, con el patrocinio de Radio La Discusión, un concurso musical en Chillán cuyo premio consistía en grabar un sencillo o single, también conocido como 45 RPM (revoluciones por minuto). La banda decide participar en dicho evento y para ello deben presentarse con un nombre creativo y pegadizo. Es así como cada uno de los integrantes propone un nombre, siendo el de Sergio Rojas el que generó mayor aceptación: Ángeles Negros, en referencia a Los Diablos Azules, conjunto que acompañaba a Pat Henry[3]. Era muy común que, por la influencia del rock and roll y para entrar en el mercado, las bandas utilizaran nombres en inglés o extranjerizaran sus propios nombres (por ejemplo, Pat Henry deriva de Patricio Henríquez). Al autonombrarse en español, Los Ángeles Negros querían marcan una diferencia, lo que venía ligado a su interés de llevar un repertorio exclusivamente en español.

Los Ángeles Negros se presentaron al concurso interpretando el tema “Porque te quiero” compuesto por Orlando Salinas, que había sido grabado en 1966 por José Seves y Los Dack’s. La banda logró el primer lugar y con ello la posibilidad de viajar a Santiago y grabar un disco sencillo con una canción por cara. En la cara A registraron “Porque te quiero” y en la cara B “Días sin sol”, de autoría de Raúl Lara. Al regreso de la banda desde Santiago más de 300 personas los esperaban en la Estación de trenes de San Carlos, este fue el indicio del gran recibimiento que tendría esta producción, cuyo éxito de ventas y radioemisión fue inmediato en la región. El rango etario entre los jóvenes Ángeles Negros fluctuaba entre los 18 y 20 años de edad en el punto de partida de su ascenso a la fama. Al poco tiempo comienzan a aparecer en televisión y realizan una gira por todo Chile.

Es necesario destacar aquí la importancia de Orlando Salinas -fallecido en julio de 2018- en el fenómeno que significó esta banda, pues fue el autor y compositor de más de 30 temas que inmortalizaron en voz y música Los Ángeles Negros. De su autoría son éxitos como “No morirá jamás”, “Como quisiera decirte”, “Mi ventana”, “Amor por ti”, entre otros ahora clásicos de la canción romántica.

Debido a la gran popularidad alcanzada con aquel sencillo, a fines de 1968 el Director artístico del sello ODEÓN Chile, Jorge Oñate, decide contactar a la banda y grabar con ellos un disco de larga duración (Long Play o LP). El álbum se tituló “Porque te quiero”, alrededor de 6 a 8 temas fueron grabados con la siguiente formación: Mario Gutiérrez en primera guitarra, Jorge Villarroel en segunda guitarra, Sergio Rojas en el bajo, René Torres en la batería y Germaín en voz y teclados. Sergio, Jorge y René deciden dejar la banda sin haber completado el LP y, por sugerencia del mismo Jorge Oñate, los reemplazan 3 jóvenes músicos que venían llegando de Canadá: Nano Concha, Jorge González y Luis Ortiz, quienes hacían parte del grupo “Los Topsies”. Estos últimos se integran como músicos de sesión para grabar los temas restantes del disco, pero finalmente deciden incorporarlos a la banda.

El éxito del LP “Porque te quiero” los lleva a realizar su primera gira internacional por Ecuador, Perú, Uruguay, Paraguay y Argentina en 1969. Ya para 1970 lanzan su segundo disco “Y volveré”, que los lleva a girar por Bolivia, Colombia, Venezuela, Brasil, Panamá, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Estados Unidos, Canadá, Puerto Rico, República Dominicana, Curacao y Aruba, y México. Entre 1970 y 1971 lanzan los discos “Quiero más de ti”, “Esta noche la paso contigo” y “La cita”. En 1972 se publican los discos “El tren hacia el olvido” y “Déjenme si estoy llorando”. Para 1972 abandona la banda Luis Ortiz y lo reemplazan Raúl Montes y finalmente en mayo de 1973, Luis Astudillo. El mismo año lanzan el disco “Quédate en mis sueños”, el último grabado con Germaín de la Fuente, quien sale de la banda en abril de 1974.

En este punto la historia se trifurca y podemos llegar a los fundadores de Los Ángeles Negros siguiendo 3 caminos. Desde la salida de Germaín, más de 10 vocalistas lo han reemplazado a lo largo de los años y la formación de la banda ha cambiado sucesivamente, siendo Mario Gutiérrez el único fundador y sancarlino en Los Ángeles Negros radicados en México desde 1982, quien además es dueño legal del nombre. Germaín, por su parte, inició su proyecto solista llamado Germaín y sus Ángeles Negros, el que no tuvo mayor continuidad. Y posteriormente, Sergio Rojas formó Los Ángeles Negros Históricos, quienes aún se encuentran activos en Ñuble.

El particular estilo musical de Los Ángeles Negros se caracteriza por una base instrumental proveniente del rock, con guitarra y bajo eléctricos, batería y teclados, destacando la voz de Germaín con su estilo influenciado por boleros y baladas con líricas esencialmente románticas, apelando al sentir popular. Sin embargo, buscaban distanciarse de la música de volúmenes marcada por sonidos estridentes, logrando así un sonido limpio, suave y melodioso con la reverberación como efecto principal en las guitarras y un bajo con matices de motown y funk.

Es así como, con Los Ángeles Negros a la cabeza, se continúa y renueva la canción amorosa o romántica en nuestras latitudes, utilizando los recursos que proporcionaron los adelantos tecnológicos y la exploración creativa con instrumentos eléctricos, en sintonía con el curso que estaba tomando la música a nivel internacional. Los Ángeles Negros logran dar respuesta a las distintas inquietudes e inclinaciones de sus integrantes, expresadas en géneros o formas musicales como el bolero, la balada y el rock. Y son capaces de resolver satisfactoriamente esta dualidad conflictiva que representan tradición y modernidad, creando una sonoridad que integra cada una de las aristas presentadas. La combinación magistral que de estos elementos hicieran Los Ángeles Negros generó un producto musical de exportación, superando nuestras fronteras alcanzando fama y renombre internacional e influenciando a muchas de las bandas contemporáneas.

Los Ángeles Negros celebraron en el 2018 sus 50 años de historia en Chile y México, países de vital importancia para su trayectoria. Sergio, Cristian y Germaín se reunieron en Chillán y San Carlos el 10 y 11 de mayo respectivamente. Por su parte, Mario y Germaín compartieron escenario en Ciudad de México el 24 de junio. Reuniones que, aunque independientes la una de la otra, retratan simbólicamente acontecimientos clave para la banda: sus inicios en San Carlos, el premio obtenido en Chillán que les permitió grabar su primer éxito y México, donde desarrollan la mayor parte de su carrera.

Con medio siglo a su haber, la historia de esta banda no ha estado exenta de inflexiones, relevos, desacuerdos y disputas. Parte esencial de este relato son Federico Blaser, quien falleció en 2003; y Christian Blaser, cuyo deceso ocurrió en octubre de 2018 en San Carlos, ambos miembros fundadores de la banda y que tempranamente decidieron dejarla, pero son protagonistas del capítulo inicial de Los Ángeles Negros en Ñuble. La agrupación continuó su rumbo, aquel que los llevaría a sellar tantas canciones en la memoria de nuestros habitantes y en el resto de los países de habla hispana, llegando a constituir un fenómeno a nivel continental.



[1] Según Sergio Araya en su texto “La música romántica”, quien sitúa geográficamente estas bandas en San Carlos y Chillán.

[2] En algunas notas de prensa se refieren a Sello Electra. Esto se debe a que Raúl Lara, su director y creador, cambió el nombre de su sello de Electra a Indis. Este sello no contaba con un espacio físico, salas o estudio de grabación, por esta razón  los discos eran grabados en estudios santiaguinos y caratulados bajo la marca Indis.

[3]  Músicos chilenos radicados en Estados Unidos.